La entrega de Dios

Juan 3:16

Porque tanto amó Dios al mundo, que dio… (NVI)

La salvación no es tan sólo una liberación del pecado y una experiencia de santidad personal. La salvación que viene de Dios significa ser completamente liberado de uno mismo y puesto en perfecta unión con Él. Cuando reflexiono sobre mi experiencia personal de salvación, pienso en función de la libertad del pecado y la santidad personal. Sin embargo, ¡la salvación es mucho más! Significa que el Espíritu Santo me lleva a una relación íntima con la auténtica persona de Dios. Entonces, me estremezco con algo que es infinitamente más grande que yo y su entrega por mí me alcanza y me atrapa.

Decir que somos llamados a predicar la santidad o la santificación es pasar por alto el punto principal. Somos llamados a proclamar a Jesucristo (ver 1Co 2:2). El hecho de que Él nos salva del pecado y nos santifica hace parte del resultado de su maravillosa y total entrega a nosotros.

Si nos hemos rendido verdaderamente, nunca estaremos conscientes de nuestros propios esfuerzos por permanecer rendidos, pues nuestra vida entera será absorbida por Aquel a quien nos rendimos. Cuídate de hablar de la rendición si no sabes nada al respecto. De hecho, nunca podrás saber hasta que entiendas que Jn 3:16 significa que Dios se dio a sí mismo por completo. En nuestra entrega, debemos darnos a Dios como Él lo hizo por nosotros: total e incondicionalmente y sin ninguna reserva. Entonces no tomaremos en cuenta las consecuencias y circunstancias que resulten de nuestra entrega porque nuestra vida estará totalmente ocupada por Él.

Comentario

  • dio… el verbo clave del Nuevo Testamento es dídomi, ‘dar’.  En el sentido más amplio es sinónimo de ‘otorgar, conceder, dejar (lugar), entregar, ofrecer, permitir, poner, presentar, procurar, producir, repartir, tener (misericordia). Amor sin dar es inexistente, amor que no prefiere el bien del otro al propio, es amor fingido. En el mejor de los casos, es autoengaño.
  • El amor de Dios es manifestado en la acción de dar, y de dar a lo que aprecia en segundo lugar, a sí mismo. Y se da a favor de lo que Él ama más que a sí mismo, la humanidad. Análogamente, si los hombres sostenemos amar a Dios, sólo es verdad si lo amamos más que a nosotros mismos y nos damos por completo a favor de Él.
  • Chambers enfatiza en la totalidad de la entrega, en su carácter incondicional e sin reserva alguna. La antítesis de este amor no es una especie de odio sino la clase que pone condiciones, que busca mérito en lo que ama, que pone límites («hasta aquí, pero no más»). No es esta la actitud del amor de Dios para con nosotros; revisemos si no es la nuestra frente a Él.

 

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