La disciplina de no decaer

Lucas 24:21

Pero nosotros abrigábamos la esperanza de que era él quien redimiría a Israel. Es más, ya hace tres días que sucedió todo esto. (NVI)

Todos los hechos mencionados por los discípulos eran verídicos, pero las conclusiones a las que llegaron a partir de ellos eran erróneas. Cualquier cosa en la que haya siquiera un indicio de decaimiento espiritual siempre es incorrecta.

Si estoy deprimido o cargado, la culpa es mía, no de Dios, ni de nadie más. El abatimiento proviene de una de estas dos fuentes: O he satisfecho un deseo pecaminoso o no lo he podido satisfacer. En cualquiera de los casos, el resultado es el decaimiento. La concupiscencia o deseo pecaminoso se expresa con estas palabras: «Quiero tener eso inmediatamente». La concupiscencia espiritual me hace exigir una respuesta de Dios, en lugar de buscarlo a Él mismo, el dador de la respuesta. ¿Qué he estado esperando que Dios haga? ¿Hoy es el tercer día de espera y todavía no ha hecho lo que yo pensaba? Por lo tanto, ¿eso justifica que me encuentre decaído y que culpe a Dios? Cuando insistimos en que Él siempre debe responder a nuestras oraciones, vamos por el camino equivocado. El propósito de la oración es que nos aferremos a Dios y no a la respuesta. Es imposible estar bien físicamente y a la vez decaídos, porque el decaimiento es un signo de enfermedad. Lo mismo sucede espiritualmente. El abatimiento espiritual es incorrecto y nosotros siempre somos los culpables de que ocurra.

Para ver el poder de Dios buscamos visiones celestiales y sucesos estremecedores, lo cual se comprueba con el hecho de que estemos decaídos. Sin embargo, nunca nos damos cuenta de que todo el tiempo Él está obrando en nuestros acontecimientos cotidianos y en las personas que nos rodean. Si solamente lo obedecemos y realizamos la tarea que ha puesto más cerca de nosotros, lo veremos a Él. Una de las más asombrosas revelaciones de Dios surge cuando aprendemos que, por medio de las experiencias diarias de la vida, entendemos la magnífica Deidad de Jesucristo.

Comentario

  • esperábamos…  los idiomas romances, como el español, carecen de una expression que separe de forma clara la posición de estar en espera -de algo que podrá pasar, sea bueno, malo o neutro- de la esperanza, la actitud del .áque se atreve a asumir que el major desenlace está por venir. El vocablo griego elpízo trata de la clase de esperanza que se pone en o sobre alguien. Y en el Nuevo Testamento, esta persona siempre es Jesús. Cristo no es meramente el terreno sobre el cual, sino la esfera y elemento en el cual, se pone la esperanza.
  • Jesús murió. Esto no era mentira, era la dura realidad que vivían los discípulos. Sus expectativas, sus esperanzas, los últimos años de vida que habían dedicado a seguirle… todo se había venido río abajo. Pero la realidad no nsiempre es toda la verdad. Si lo que sabemos de Jesucristo no explica y direcciona a la interpretación de lo que vivimos, entonces puede ser que él camine a nuestro lado, sin que lo notamos.
  • Viviendo en tiempos donde la fe se transmite en primer lugar por medio de testimonios y promesas de lo que Dios pueda hacer por nosotros, los comentarios de Chambers suenan a veces refrescantemente anticuados. Nos recuerdan algo que ya hemos olvidado: Dios está cerca, muy cerca precisamente cuando no percibimos ninguna intervención milagrosa de Él, porque entonces trabaja en lo que más le importa. Dios actúa en cómo somos, no en el cómo estamos.

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