Creyendo la promesa
[1] Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde
recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. [2] Por la fe se radicó como
extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob,
herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de
la cual Dios es arquitecto y constructor. [3] Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad
y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que
le había hecho la promesa. {4] Así que, de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron
descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla
del mar. (NVI)
- Es por algo que consideramos a Abraham como ‘el Padre de la Fe’. Muchas veces tuvo oportunidad de comprobarla, pero ningún momento era tan decisivo como esta primera ocasión, el día en el que lo llamó Dios para ‘salir sin saber a dónde iba’. No puede haber una mejor descripción de lo que la
Misión de Dios exige a toda persona que valora suficientemente su relación con el Señor para hacerse
en camino, sin saber hacia dónde, ni cómo o con qué lo podrá terminar. En este sentido, toda la vida
del creyente, a partir del primer encuentro con Dios, se torna una misión. - El desconocido autor de la Carta a los Hebreos se dirige a una gente que se había esperado cosas
mejores de su nueva vida cristiana, en cumplimiento de la promesa, pero la dura realidad era que no
podían todavía radicarse en esta tierra prometida, que continuaron viviendo como peregrinos; en
tiendas, no en moradas seguras. El piso debajo de sus pies todavía se movía, la ciudad de cimientos
sólidos parecía lejos a su generación. - No había sido así para Abraham, el antepasado de los que creen. Nada sabía del futuro de sus hijos, nietos, bisnietos y todas las generaciones siguientes; ni de aquellos que iban a nacer de su línea de
sangre, ni mucho menos de los que habrían de nacer conectados a él por el vínculo de la fe. Abraham
sabía algo mucho más importante: El que lo había llamado era fiel, la promesa sería cumplida (1Ts
5:24). - Seamos pues como Abraham, el que era peregrino en esta tierra, pero con una misión; el que vivía en tiendas movibles, caminaba sobre piso inseguro hacia tierras desconocidas, pero creía en que Dios ya
estuviera construyendo la ciudad de cimientos sólidos en la que iba habitar junto con una
descendencia incontable.
Conclusión: Todo ser humano es peregrino en la tierra, y ninguno podemos tener seguridad de nada delo que somos o tenemos. Pero si reclamamos ser gente de fe, entonces caminaremos con una misión,
Invertiremos nuestras fuerzas y bienes, nuestro tiempo y vida trabajando en la construcción de la ciudad
resplandeciente como descendientes dignos del Padre de la Fe. Dios inició esa obra con un solo hombre,
ahora somos más, pero todavía nos faltan tantos, tantos hasta reunir aquella multitud innumerable que
habitará la ciudad de la luz. ¡Hagamos misiones!
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